17 de Noviembre
Noveno Aniversario de la Beatificación de la Hna. María
Crescencia Pérez
Crescencia, violeta del Huerto
El 17 de noviembre de
2012, en la ciudad bonaerense de Pergamino se celebró la misa por la
beatificación de la Hermana María Crescencia Pérez. Esta celebración fue
presidida por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos,
cardenal Ángelo Amato, en representación del papa Benedicto XVI.
La Hna. María Crescencia
Pérez nació en San Martín Provincia de Buenos Aires el 17 de Agosto de 1897, su
vida terrenal terminó un 20 de mayo de 1932, dejando con su obra una enseñanza
inquebrantable de servicio, obediencia y profundo amor a Dios, a su virgen del
Huerto y al mundo que la necesitaba.
La vida de María
Crescencia Pérez no es sino un mensaje de amor. Llevó siempre en su interior el
fuego de un gran ideal: "Hacerse toda a todos". Este ideal, que fue
el de su fundador, la quemó por dentro y la estimuló constantemente a donar su
vida por la salvación de las almas.
Sencilla, serena, toda de Dios y al mismo tiempo, toda de los hombres, fue
puesta en nuestro camino para ayudarnos a descubrir, con renovada audacia, la
fuerza inicial y lo que tiene de genuino y de evangélico el carisma gianellino.
Siempre pronta para
cumplir la voluntad de Dios es enviada para seguir prestando su servicio en el
ámbito asistencial a fines del año 1924. Viaja a Mar del Plata, al Sanatorio
Marítimo, donde es responsable del cuidado y educación de las niñas con
tuberculosis ósea. A partir de ese momento, su compromiso con los enfermos será
una constante en su labor, tanto, que, a consecuencia de ello, contrae una
seria afección pulmonar. En Mar del Plata permanece hasta 1928 cuando, a causa
de este frágil estado de salud, sus superiores deciden enviarla a Vallenar (al
norte de Chile), donde el clima sería más benévolo. Continúa allí, junto
a las Hermanas de la Comunidad, trabajando por y para los enfermos internados
en el hospital Nicolás Naranjo. En Valllenar, Chile, en 1932, María Crescencia muere
serenamente y en concepto de santidad, tras padecer una gran enfermedad.